El pasado mes de marzo, el presidente de la CEOE explicaba que las estadísticas no eran plenamente fiables y que los salarios estaban bajando “mucho más de lo que reflejan las estadísticas”, añadiendo que su organización consideraba que no tenían que bajar más a pesar de la recomendación de organizaciones internacionales.
La reflexión de Juan Rosell, que reclamaba, de forma indirecta, dejar de fijar la prioridad de la mejora de la productividad en los salarios, me ha venido a la memoria al conocer los datos de la encuesta trimestral del coste laboral, publicada por el Instituto Nacional de Estadística, que se publicaron el pasado día 17.
La encuesta trimestral explicaba que la disminución de los importes asignados, entre otros, a dietas y pagos compensatorios, habían conducido a que los salarios volvieron a disminuir en el primer trimestre de 2014, situándose el coste salarial por trabajador y mes en 1.805,76 euros, el 0,2 % menos. Un coste medio que no puede, ni debe, esconder las enormes diferencias entre salarios que existen entre sectores, así como entre los puestos más cualificados y aquellos con menos exigencias de formación o responsabilidad. Tampoco debe esconder que la industria sigue siendo quien da más estabilidad laboral, reconoce el valor del capital humano buscando su fidelización, y tiene los mayores costes salariales: unos 2.128 euros con un incremento respecto el trimestre anterior del 1,4 %.
Sin duda, muchos entenderán que la disminución de los salarios es un nuevo empuje en la productividad. Lo hacen al considerar que los costes de las retribuciones salariales son el factor básico de la productividad. Una afirmación que ignora los múltiples factores que intervienen en el polinomio que caracteriza la productividad. Centrarse en los salarios es ignorar, entre otros, los costes asociados a la energía, los costes financieros, el coste de la materia prima, los impuestos y tributos, la incapacidad de extraer productividad a la tecnología, las instalaciones inadecuadas, los procesos de producción obsoletos o el emplazamiento y las infraestructuras de movilidad.
Sin duda el capital humano tiene especial importancia, ya que en él reside la clave para conseguir la excelencia empresarial y su capacidad de innovar. Lograr aportaciones significativas de las personas exige que todos los miembros de la organización se involucren, ejerciendo las tareas con compromiso, cooperación, dedicación y esfuerzo. Aspectos que requieren no sólo salarios adecuados, también liderazgo y una óptima gestión de equipos. Unos equipos humanos que desarrollan su actividad en un conjunto de infraestructuras que deben posibilitar el desarrollo óptimo de las actividades.
Las infraestructuras condicionan la productividad y deben ser consideradas en el sentido amplio. Es decir, tanto las relativas a las cadenas de producción, los sistemas de procesamiento y transmisión de información, los laboratorios de ensayo y simulación, como aquellas instalaciones que las acogen, que dan confortabilidad a la actividad e incrementan el rendimiento.
Finalmente, en cuanto al ecosistema, debe asumirse que la economía global configura una sociedad interconectada, tanto en intercambio de ideas, como de bienes y servicios. Lo que exige que las infraestructuras de movilidad y la logística asociada sean tratadas como factores estratégicos. Esto implica que las infraestructuras marítimas, aéreas y terrestres, conjuntamente con una potente red telemática, se conviertan en elementos fundamentales para consolidar un territorio como región de excelencia en el proceso de generación de valor cualificado y que facilite la productividad de las empresas.
Centrarse en los salarios, algo que parece obsesivo en demasiados casos, es, a mi entender, una renuncia implícita a conseguir valores óptimos de productividad. Alcanzarla obliga a actuar sobre los tres conceptos básicos que antes hacía referencia: el capital humano, las infraestructuras y el ecosistema donde se desarrolla la actividad. Creo que cuanto antes lo entendemos y aceptemos, antes empezaremos a recorrer el camino requerido para que la productividad sea un factor que aporte competitividad en lugar de ser un freno a la misma.
Antoni Garrell i Guiu
18.06.2014
Article publicat a Economia Digital