Cada día es más evidente que el clima está cambiando y que cada vez es más monzónico, lo que denominamos cambio climático es el resultado de un estilo de vida con una huella ecológica enorme, fruto de comportamientos gregarios que conducen a pautas de consumo que destruyen el planeta. Sin olvidar que, siendo el agua el recurso básico en el desarrollo de la vida humana, se ha actuado, y se sigue actuando, sobre la atmosfera para controlarla, ya sea intentado evitar granizadas, o para frenar o incrementar las lluvias, unas actuaciones que tienen a su vez repercusiones no siempre positivas.  Este último aspecto, relativo a las pretensiones de controlar el clima, no es nuevo. Los gobiernos inglés y americano reconocieron que ente entre la década de los 40 y la de los 70 del siglo pasado sus países, mediante sustancias químicas, actuaron sobre la atmosfera. Las finalidades son diversas y están encaminadas tanto a la siembra de nubes para hacer que llueva como para evitar su formación. Sin embargo, en este intento de control del clima, que supone riesgos para los humanos, como se ha reconocido, no es exclusivo de ambos países, pues son diversos los estados que tienen programas aprobados, habiendo reconocido públicamente su actuación.

Sin irnos más lejos, en España el Real Decreto 849/1986, de 11 de abril, en el Titulo I. Capítulo I, articulo 3 indica que “La fase atmosférica del ciclo hidrológico, sólo podrá ser modificada artificialmente por la Administración del Estado o por aquellos a quienes ésta autorice...”, estableciendo pautas de actuación y exigiendo que en el caso de que se utilicen “productos, o formas de energía con propiedades potencialmente adversas para la salud, se requerirá el informe favorable de la Administración Sanitaria…

En el anterior contexto de percepción, casi sin exclusiones entre la ciudadanía, de los efectos desbastadores del cambio climático, es en el que el pasado 5 de marzo, en San Sebastián, un importante grupo de medios de comunicación, firmó una declaración de compromiso en la requerida lucha contra el cambio climático. El objetivo del documento, es formalizar el compromiso de los medios ante el cada vez más evidente cambio climático que, de no abortarse, puede convertir en inhabitables enormes zonas del planeta. La declaración consta de 10 puntos, los cuales, sintéticamente, hacen referencia a promover la frecuencia, y la continuidad de información sobre cambio climático de calidad; en incidir en las causas y las soluciones; en propiciar un enfoque desde un punto social considerando los impactos del cambio climático en sus dimensiones humana y ética; en difundir las iniciativas de la ciudadanía; en defender un periodismo comprometido con la veracidad, alejado de los contenidos pagados por empresas contaminantes que generen ‘greenwashing’, desvelando el negacionismo en el discurso económico, el político o el publicitario; en divulgar la investigación científica en torno al cambio climático; en facilitar la comprensión del fenómeno y en interrelacionar objetivamente, cuando proceda, los episodios meteorológicos extremos con cambio climático.

La firma del documento me parece un paso muy importante en la tarea de concienciar a la ciudadanía y, a la vez, poner freno a aquellos, incluidos científicos o divulgadores  que, al servicio de intereses, a menudo inconfesables, se dedican a engañar negando no sólo el cambio climático, sino también las actuaciones de empresas o instituciones, privadas o públicas, que tienen por finalidad controlar el clima actuando sobre la atmosfera, omitiendo los potenciales enormes perjuicios sobre la humanidad en su conjunto. Una actuación que, al igual que el cambio climático originado por el estilo de vida imperante, tiene “graves repercusiones en salud, la economía, el acceso al agua, la seguridad alimentaria y los flujos migratorios”, como explicita el propio documento.

Simultáneamente a la satisfacción por el compromiso explícito de la prensa en la lucha contra el cambio climático, y en consecuencia proteger la atmosfera, me pregunté si la firma del documento no era, a su vez, un reconocimiento explícito de que no se estaba actuando correctamente en el tratamiento informativo rozando el incumplimiento de lo que algunos denominan “justicia climática”.  Por esta razón, creo que no habría estado de más reconocer los errores y pedir disculpas a la sociedad en general y a aquellos periodistas y científicos que de forma valiente y honesta, aceptando las posibles críticas siempre interesadas, han alertado sobre los intentos de manipulación atmosférica y del cambio climático. Unas disculpas enraizadas en la obligación de desterrar definitivamente los comportamientos de seguidismo, o de mirar hacia otro lado, frente a intereses de grandes corporaciones o de los propios gobiernos.

Sin duda, la firma del documento no puede ser una cortina de humo para calmar a una población cada vez más preocupada y concienciada. Debería ser un acto que implicase unas pautas de actuación de obligado cumplimiento para todos los profesionales en todo momento, y en especial, cuando surjan presiones, que surgirán, para intentar minimizar el impacto del cumplimento estricto del decálogo. Para ello es imprescindible la determinación de los periodistas que configuran los medios, una determinación que debe ser a la vez objetiva pero radicalmente comprometida, y sabiendo que la honestidad exige pensar en el ciudadano antes que en el propio interés. Deberemos estar atentos para exigirlo, reconociendo a quienes lo hagan y enunciando a los que incumplan lo acordado, puesto que de la actitud de unos y de otros depende el futuro de las próximas generaciones en este mundo que ellas nos han prestado.

 

Antoni Garrell i Guiu

7 de marzo de 2019

 

Este articulo fué publicado en economia digital

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