EL pasado día 20 en el marco de la festividad de San Sebastián, patrono del Gremi de fabricants de Sabadell, se celebró una mesa redonda con el título El Textil en 2014: oportunidad y retos de futuro.

La conclusión de la misma se puede sintetizar en las palabras de la moderadora del debate: “Si bien a lo largo de la crisis el textil ha perdido un 20% de ocupación, la facturación ha descendido únicamente un 7%. Esto representa más de 10 puntos de mejora en productividad, lo que le ha permitido aportar un 6,7% del total de las exportaciones. Las cifras evidencian que el textil nuevamente ha sabido luchar contra la adversidad y está preparado para asumir los desafíos asociados a la esperada y requerida recuperación”.

Sin duda se trata de una conclusión que debe encuadrarse en el marco de la requerida reindustrialización del Estado con la finalidad de retornar el pulso de la actividad económica y generar empleo.

Una reindustrialización impulsada al cuestionarse, a nivel general, el paradigma de Asia como fábrica del mundo, como consecuencia del aumento de los costes laborales en origen, y los asociados al transporte; y a la vez, por factores asociados a la personalización del producto, la valoración de los servicios de proximidad, el cambio de cultura del utilizar y tirar, pasando a la cultura del conservar y reutilizar, y a la inestabilidad en amplias zonas del planeta.

Una reindustrialización posible si se considera que, a pesar de los seis años de crisis, de cierre de empresas y de pérdida de puestos de trabajo, la industria aporta el 13,3% del PIB.

Además, da trabajo de forma directa a 1,8 millones de personas (128.500 en el textil, que dan vida a 8.471 industrias textiles, la mayoría pymes), aporta el 50% del trabajo cualificado que existe en España, ejecuta prácticamente la mitad de la totalidad de la inversión en I+D+i, y exporta más de la mitad de los productos que fabrica.

España en general, y muy especialmente Catalunya, tiene una buena base industrial para asumir el rol de motor impulsor de la recuperación. Pero, para ello, la industria, asumiendo que sólo la innovación puede asegurarle la competitividad a largo plazo, precisa aumentar su tamaño, incrementar la dotación de capital propio, y alcanzar mayor competitividad en los mercados globales.

Estas actuaciones requieren a la vez un mayor incremento de su productividad, ya que sigue siendo un 34% inferior a la media europea, y a la vez inversión en I+D+i, que se sitúa en algo más de la mitad que la de los países avanzados de la Unión.

Las empresas actuales saben que su prioridad es ser competitivas y, por ello, se apoyan en el capital humano, y en factores como la tecnología, el diseño, la innovación, la logística y la respuesta rápida a los cambios en el mercado. Pero no es suficiente.

Es preciso que sus actuaciones se encuadren en una política industrial decidida, acorde con las exigencias de la competencia global y focalizada a aquellos sectores con más capacidad tractora. La política industrial debe ir acompañada de actuaciones encaminadas a incentivar y facilitar a las industrias la incorporación de graduados, licenciados y doctores para potenciar la inclusión de los avances científicos en sus productos; primar la cooperación competitiva y la transferencia de conocimientos desde los centros de investigación a las empresas, y dar ventajas fiscales al incremento de los recursos propios.

Este conjunto de actuaciones deben encuadrarse, en opinión de la mesa redonda a la que hacía referencia, en la convicción de que “únicamente los países con una sólida industria generan los recursos suficientes para garantizar el progreso económico y social, afrontando los ciclos propios de toda actividad económica”.

Antoni Garrell i Guiu

12.02.2014

Article publicat a Economía Digital