La última semana de julio hemos conocido la encuesta de población activa (EPA) del segundo trimestre. Nos explicaba que el paro había bajado en 310.400 personas (69.800 en Cataluña) y que se crearon 402.400 empleos (79.300 en Cataluña). Una variación que ha situado el número de ocupados en 17,3 millones.
Las cifras evidencian un claro cambio de tendencia, se ha frenado el crecimiento del paro y éste, después de años de pesadilla, empieza a retroceder. Sin embargo, los buenos datos no debe esconder que detrás del importante incremento hay un fuerte componente de precariedad, de empleo a tiempo parcial (llega al 17,7%); de retribuciones salariares muy desajustadas al coste de vida de las grandes ciudades; que los contratos temporales llegan al 24%; y, que en muchos casos los puestos de trabajo son de poca exigencia en cuanto a capital intelectual.
Se puede discutir si esta mejora es estructural o coyuntural. Pero lo que no admite discusión es que se debe trabajar con determinación para que la creación de empleo continúe de forma significativa y, a la vez, mejore en calidad y exigencia de cualificación. No trabajar para ello, sería olvidar que la tasa de paro está en el 24,47%, lo que implica 5,6 millones de personas sin trabajo; que el paro juvenil sigue en el 53%; que para los parados de más de 55 años la posibilidad de reinserción laboral se complica enormemente; o que hay 1,8 millones de hogares con todos sus miembros en paro.
En la recuperación del empleo del segundo trimestre tiene un peso significativo el sector servicios, pero también es notoria la aportación de la industria, que ha aumentado el número de ocupados en 35.700 personas (el 6,8% de incremento). Una crecimiento importante que se caracteriza, además, por ser empleos no temporales y en muchos casos de cualificación media o alta.
Disminuir la precariedad y alcanzar niveles salariales acordes con el coste de la vida obliga a disponer de un sistema productivo robusto, menos sujeto a los ciclos económicos, a la climatología y capaz de competir en los mercados globales gracias a la capacidad de innovar por el progreso técnico y científico. Sin duda, en este momento, cuidar y potenciar la industria se debería convertir en una acción estratégica. Ella ha sido y es un claro acelerador en cuanto a creación de empleo y mejora de la calidad del trabajo. Es preciso desarrollar actuaciones en tres líneas.
La primera implica ofrecer un especial apoyo a las empresas existentes que tienen posibilidades de crecer, de generar empleo y aumentar sus exportaciones. La segunda comporta desplegar políticas activas de fomento del emprendimiento, en especial en los sectores donde existe una alta probabilidad de innovación, generación de trabajo y desarrollo económico. Y la tercera exige fomentar la cooperación, o fusión, empresarial para alcanzar el tamaño requerido para competir eficientemente en los mercados globales.
Con la llegada del verano se ha cerrado un primer semestre esperanzador en cuanto a creación de empleo, hacer que no sea una flor de invierno, sino el preludio de una resplandeciente primavera reside en disponer de una ambiciosa y clara política industrial. Confiemos en que seamos capaces de desarrollarla y aplicarla.
Antoni Garrell i Guiu
6.08.2014
Article publicat a Economia Digital