En los últimos años, los días anteriores y posteriores al primero de mayo, me viene con fuerza a la memoria un comentario que me hizo mi abuelo cuando iniciaba mi trayectoria profesional en una multinacional americana.

El comentario hacía referencia a lo mucho que habían cambiado las cosas desde la revuelta de Haymarket, mayo de 1886, reclamando la jornada de ocho horas y el tiempo que le dedicaba diariamente al trabajo y a revisar informes el fin de semana.

Eran épocas en las que terminar los estudios e iniciar la vida profesional era un proceso sin discontinuidad, en el que existía estabilidad laboral, confianza en el futuro y concordancia entre esfuerzo y progreso profesional. En el que la experiencia era valorada y había una correlación entre salario básico y coste de vida.

Se trata de varios aspectos que la crisis ha ido minando hasta llegar a una situación en la que la escasez de trabajo va acompañada de precariedad, inestabilidad, retribuciones bajas, en referencia al coste de los servicios básicos e incertidumbre en cuanto a posibilidades de desarrollo y progreso profesional.

Sin duda seis millones de parados y una perspectiva de tasa de paro por encima del 20% hasta 2017, según el propio ministro de Guindos, deberían desterrar cualquier tipo de euforia sobre la situación actual a pesar de que la economía creció un 0,4% en el primer trimestre de 2014.

Han habido tres trimestres consecutivos de crecimiento después de una larga recesión y, según el gobierno español, el PIB crecerá este año un 1,2%, es decir, cinco décimas más de lo inicialmente previsto. Según el nuevo cuadro macroeconómico, entre 2014 y 2015 se crearan 600.000 puestos de trabajo. Una cifra insuficiente, pero la realidad es que el débil crecimiento no permite generar ocupación de forma significativa y de calidad.

Por ello deberían redoblarse las exigencias de políticas activas de fomento a la creación de empresas e incremento de la actividad de las existentes, ya que son las empresas las que crean empleo. Estas políticas deberían ir acompañadas de actuaciones focalizadas a los parados de larga duración para evitar su exclusión definitiva del mercado laboral y alejarlos de la marginación y la pobreza.

Prestar atención a los desempleados y, muy especialmente, a los que tienen bajos niveles de formación, debe ser una de las prioridades de la política económica para evitar que se consoliden las previsiones de que el paro estructural en el Estado se sitúe por encima del 15% si consideramos la composición e intensidad de la dotación de conocimientos de una parte significativa de los parados.

Incrementar el capital intelectual de los parados y a la vez facilitar la creación de empleo específicamente dirigido a ellos es posible. Para ello, hay que lograr la complicidad en el proceso formativo de les empresas. En esta línea, habría que considerar las propuestas efectuadas por la Fundació Gremi de Fabricants en 2012, entre las que destacan la implantación de polos industriales manufactureros que combinen simbióticamente trabajo y formación, dirigida a personas entre 30 y 40 años sin formación.

Y también crear programas de alternancia escuela-empresa para adultos (formación ocupacional) en colaboración con  las industrias manufactureras o fomentar la implantación de nuevos perfiles de formación adecuados a las nuevas circunstancias y oportunidades de futuro.

Estos aspectos exigen otorgar mayor peso al sistema productivo en la definición de los planes de estudios y currículos formativos, transfiriendo a las organizaciones representativas de la industria (Cámaras de Comercio, organizaciones patronales, etc.) la acreditación formativa del personal formado por esta vía.

Hay que reconocer que existen mecanismos para progresar asumiendo que salir de la crisis obliga a generar puestos de trabajo, pero para ello es preciso no resignarse y aprovechar la mejora macroeconómica con la voluntad de cambiar las tendencias limitativas y asumir la posibilidad de potenciar la creación de empleo de forma intensiva, de calidad y adecuadamente retribuida, aunque las predicciones digan lo contrario.

Asumir que la tendencia puede ser otra y que se puede cambiar debería ser aceptado si se efectúa una revisión del pasado. Sirva como ejemplo de que las predicciones pueden no cumplirse la del FMI del pasado agosto que indicaba que “la economía española apenas crecería unas décimas hasta 2018, año en el que el repunte del PIB podría superar ligeramente el 1,2%”. Se trata de unas predicciones que afortunadamente no se han cumplido y que evidencian que el futuro se puede reescribir si hay voluntad de hacerlo y si se huye de la resignación asociada a la predeterminación, entendiendo que la clave de futuro son las personas y sus capacidades.

Antoni Garrell i Guiu

7/05/2014

Article publicat a Economía Digital