La semana pasada, en el marco de la campaña electoral, asistí a un debate sobre desempleo y desigualdad. A lo largo del debate se hizo referencia al informe de las Naciones Unidas sobre los índices de felicidad de los países, en el que se alertaba sobre la creciente desigualdad y se enumeraron tres ejes en los que habría que actuar para disminuir drásticamente el paro y revertir el crecimiento de la desigualdad.
La asistencia al debate me hizo releer el informe sobre la felicidad de los países, The World Happiness Report 2016, elaborado por un panel de expertos a instancias de Naciones Unidas en base a analizar datos relativos al PBI per cápita, apoyo social, expectativa de vida, libertad social, generosidad y ausencia de corrupción. Es decir aspectos relativos al sistema político, modelo económico, recursos, corrupción, educación o sistema de sanitario. El informe correspondiente a 2016, publicado el pasado mes de marzo, concluye, después de analizar 156 países, que el país más feliz del mundo es Dinamarca (7,526 puntos sobre 10) seguido de Suiza, Islandia, Noruega, Finlandia, Canadá, Países Bajos, Nueva Zelanda, Australia y Suecia. Una lista en la que España ocupa la posición 37 (por detrás de Alemania, puesto 16, y Francia que ocupa el 32) y que la cierra, país con menor índice de felicidad, Burundi (2,905 puntos), precedido de Siria, Togo y Afganistán.
Medir el grado de felicidad de un colectivo humano residente en una zona geográfica, Estado, sin duda no es fácil, exige considerar y analizar indicadores objetivos y subjetivos de bienestar, -estos últimos cada vez más tomados en consideración en la definición de las actuaciones políticas-. Una felicidad que disminuye por la creciente desigualdad, acompañada de un aumento de la austeridad, debido a la crisis financiera, a los recortes en políticas sociales y al desempleo.
Es difícil dudar de la creciente desigualdad en España si se considera que el 1% de la población, en 2015, concentraba un volumen de riqueza igual al del 80% de los más desfavorecidos, según Oxfam Intermon. Que ocupa la segunda posición de los países de la U.E. en el ranking de crecimiento de la distancia entre rentas altas y bajas, disminuyendo el salario medio, entre 2007 y 2014, en un 22,2%, superando el salario de los más ricos en 18 veces al del 10% de los más pobres (según explicitó la OCDE). Sin embargo el coeficiente de Gini de España en 2015 fue de 0,67 (cero significa igualdad perfecta), uno de los países de Europa con menor desigualdad de riqueza. Con lo que se evidencia que el problema real es la elevada tasa de desempleo. El paro en España es el factor determinante de la desigualdad, un paro que se incrementó en un 80% durante la crisis. El paro es sin duda el enorme problema a resolver para frenar primero y revertir después la desigualdad.
Releer el informe sobre felicidad de los países en 2016, y recordar algunos datos de la OCDE y de Oxfam Intermon, me reafirmaron en la importancia de Crear trabajo y que este es el reto real a bordar. Y en esta línea sería bueno atender las conclusiones del debate al que hacía referencia indicando que es preciso actuar en tres ejes. El primero apoyar decididamente a los emprendedores, hacerles las cosas fáciles debería ser una obligación ineludible puesto que los emprendedores de hoy son los creadores de puestos de trabajo de mañana. El segundo apoyar decididamente la industria para que se transforme de acuerdo a los paradigmas de la cuarta revolución industrial. Y el tercer eje consiste en primar a las empresas que crean ocupación neta, entre las actuaciones posibles habría que instrumentarse bonificaciones tributarias en función del número de puestos de trabajo creados, primar la formación de los empleados y la incorporación de talento.
Tres ejes de actuación que deben ir acompañadas de un significativo incremento del salario mínimo interprofesional y políticas encaminadas a potenciar la ocupabilidad de los parados y que las Administraciones asuman su rol de tractor de la recuperación. Ejes de actuación que, de forma preocupante, en los debates públicos y mítines electorales tienen poca o nula presencia, quizás porque no se asume en plenitud que la mejor política social es aquella que es capaz de garantizar trabajo de calidad y estable para la inmensa mayoría de los ciudadanos
Antoni Garrell
18 de junio de 2016