Después de semanas de campaña electoral, época donde las políticas se paralizan y todas las actuaciones se focalizan a alcanzar o renovar la confianza de los electores, en especial la de los que con su indecisión la prolongan y justifican, ha llegado de nuevo la hora de reanudar el contacto con los problemas reales y en especial aquéllos que la economía globalizada, la sostenibilidad, la liberalización y la fragilidad de los mercados exigen. Unos problemas suficientes conocidos que requieren una optima formación de los ciudadanos; un alto nivel de investigación y de innovación encuadrado la necesidad de garantizar que el resultado científico se convierta en PIB; apoyar la cultura emprendedora y el espíritu empresarial; garantizar la competitividad del territorio y la ocupación los ciudadanos; preservar la calidad de vida y el medioambiente; y disponer de óptimas infraestructuras para facilitar la movilidad de las informaciones, los productos y las personas. Unos desafíos conocidos pero que es preciso recordarlos puesto que los resultados obtenidos no son buenos y dibujan sombras e incertidumbres al futuro. Unas problemáticas que se sobreponen a otras que parecían, hace unos años, ya superadas como son la energía y el agua, dos aspectos fundamentales, que desgraciadamente no se afrontan de forma contundente para solucionar las carencias de hoy y las demandas crecientes del futuro; y, también, unos desafíos que han sido, son y serán motivos de desacuerdos, tensiones y conflictos.
Una evidencia de las tensiones generadas por el agua, es la polémica generada la semana pasada en Cataluña por el descubrimiento de unas señalizaciones que podían indicar la puesta en marcha de un proyecto para intercomunicar la cabecera del río Segre con la cuenca del Llobregat a traves del Túnel del Cadí, una obra no compleja que llevaría, desde la Cerdaña a Barcelona, agua de alta calidad para ayudar a paliar la grave situación actual aunque no resolvería el problema de su suministro. Una obra que aunque recoja el agua de la Cerdaña implica tomarla del Ebro, ya que el río Segre pertenece a la Cuenca hidrográfica del Ebro, y por ello se requiere la autorización de su Confederación Hidrográfica, en este caso, como otros muchos, las decisiones pasan por Madrid.
Con independencia de la critica situación actual originada por una grave sequía, que esta obligando a llevar agua con camiones cisterna a algunos pueblos de Cataluña, y a limitar el consumo a 50 litros por día y persona; una cantidad considerada por la Organización Mundial de la Salud como cantidad mínima adecuada por el consumo humano si bien no permite desarrollar la agricultura, pone en dificultades a la industria, e impide conservar los ecosistemas acuáticos. El problema del agua es algo estructural que viene de lo lejos y que afecta a amplías zonas del planeta. No podemos ignorar las tensiones sociales, y los graves enfrentamientos, por el control del agua que han existido y que existen; sirvan como ejemplos las luchas entre Siria e Israel por el Altos del Golan, originadas por su importante depósito de agua, o los conflictos para controlar los recursos hídricos de los ríos Eufrates y Tigres, que nacen en Turquía y son controlados por Siria e Irak; o las tensiones entre Etiopía, donde nace y se nutre el Nilo, y Sudán y Egipto, sin olvidar los problemas a lo largo del río Yang-Tsé, o los movimientos militares entorno del inmenso y extenso acuífero Suramericano Guaraní que se extiende desde Brasil a la Pampa Argentina. Pero al pensar en el agua es preciso recordar que más de 1.100 millones de personas no tienen agua potable, y que anualmente centenares de miles de personas mueren de enfermedades relacionadas con el agua y la falta de higiene, o que casi el 80% de las enfermedades de los países subdesarrollados están relacionadas con la falta o calidad del agua. Un hecho que sorprende si consideremos que el agua cubre casi el 80% de la superficie del planeta aunque aproximadamente sólo el 2% del agua es apta por el uso doméstico, agrícola o industrial, este es el autentico problema. Podríamos afirmar que no falta el agua, el problema es la sal.
El agua no es solo un bien indispensable, es una necesidad vital, consecuentemente un derecho fundamental y un recurso estratégico que incrementa su importancia al considerar el aumento de la población mundial y la concentración en grandes ciudades, una concentración que ha hecho que a lo largo del siglo XX la población urbana se multiplicase por 10, mientras que la rural solamente se duplica. Hoy casi 3.000 millones de habitantes, casi el 50% de la población mundial, viven en zonas urbanas, lo que obliga a trasladar grandes cantidades de agua de un lugar a otro ya que los recursos hídricos locales, superficiales o subterráneos, no son suficientes cuando las lluvias no acompañan, ignorarlo y no generar las infraestructuras que lo hacen posible no solo se algo inadmisible, sino que frena el desarrollo y puede condicionar el progreso y el bienestar.
Cataluña, al igual que el mundo en su totalidad, no puede ignorar la problemática del agua i la búsqueda de soluciones, tiene que optimizar sus usos, reciclar y reutilizar, pero también tiene que disponer de la capacidad de mover el agua entre las diversas cuencas de forma radial y bidireccional, tiene que disponer de canalizaciones desde las zonas con suficientes recursos hídricos, sin renunciar al trasvase desde el Ródano que al llegar Bellcaire, al inicio del delta, lleva casi todo el año 1.710 m3/s, y a la vez tiene que disponer de la capacidad de desalar el agua del mar, ya que existe tecnología suficiente para hacerlo eficientemente, aunque con un importante consumo de energía, y produciendo gran cantidad de salmuera que se debe tratar adecuadamente por no afectar el ecosistema marino; un buen ejemplo es la planta desalinizadora en Ashkelon, en el sur de Israel, que produce 100 millones de metros cúbicos de agua al año, a un coste de 53 centavos de dólar el metro cúbico, y suministra agua además de 1,5 millones de personas.
El agua es un elemento esencial para la vida, que ha generado guerras en el pasado y que se esta convirtiendo en un bien escaso generador de tensiones territoriales y hostilidades crecientes. Pero es un problema que tiene solución si se establece políticas y prioridades adecuadas que, -sin renunciar a darle más de un uso, aunque los habitáculos y las instalaciones actuales lo dificulten-, permitan mover el agua potable existente hacia donde se necesite y a la vez se potabilice el agua marina, aunque todas estas medidas requieren de importantes cantidades de energía, pero éste es otro problema que hay que afrontar, y de significativas inversiones, unas inversiones que son plenamente abordable si consideremos que la desalinizadora a la que antes hacía referencia costó unos 250 millones de dólares, más o menos lo mismo que 3 o 4 cazas ligeros F-16, pero el gasto militar es se mueve por lógicas y prioridades distintas.
Antoni Garrell i Guiu.
Asociado al Cercle per al Coneixement, Director General Fundación per l’ESDI.
17 de març de 2008
Publicat el 18 de març al Cercle per al Coneixement (clic aqui), i el 17 de marzo en e-notices, i el 22 de març en el Diari de Sabadell