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Leyendo las crónicas de los resultados de las sesiones de trabajo de los 27 ministros europeos de Medio Ambiente reunidos en Sevilla, emerge con más fuerza el grave terremoto de Haití que pone en evidencia la fragilidad de los humanos frente a los desastres naturales, ya sean provocados por el estructura terráquea o por la avaricia y la insensatez humana en cuanto al uso de los recursos y la construcción de las infraestructuras, y la vez, los enormes costes en vidas humanas y de destrucción de capacidades de progreso. Desgraciadamente, y como era previsible, en Sevilla, se ha confirmado la lejanía de las posiciones de Italia y Polonia, en cuanto a la propuesta de ampliar las reducciones de las emisiones al 30%, tal como proponen, entre otros, España, Reino Unido, Francia y Alemania. Un hecho que evidencia las debilidades del modelo político de la Unión Europea, y no incrementa la presión sobre Estados Unidos y China en su indispensable compromiso para afrontar el incremento de la temperatura planetaria al acercarnos al 30 de enero, momento en que tienen que enviar al ONU sus planes de emisiones.
En Sevilla se ha vuelto a evidenciar las discrepancias de la Cumbre de Copenhague, una cumbre donde, reconociendo ciertos cambios de posicionamiento y lenguaje de países con China y los Estados Unidos, primaron el egoísmo y los intereses económicos a corto plazo, por encima de las problemáticas asociadas al cambio climático. Un hecho sorprendente, ya que existiendo coincidencia sobre la necesidad de actuar no hay la capacidad de hacerlo, a raíz de las complicidades entre las potencias emergentes con China, Brasil o India con Estados Unidos, unos y otros para no limitar sus potencialidades de crecimiento y la conquista de las oportunidades derivadas de la globalización, especialmente en unos momentos de crisis económica mundial que condiciona la solución de los problemas del presente, olvidando el futuro. Un fracaso que no disminuye por el acuerdo de aportar 30.000 millones de dólares a los países más pobres para afrontar las consecuencias de los desastres de las catástrofes naturales, una aspirina para tratar el cáncer generado por una globalización productiva y comercial sin reglas planetarias. Reglas que no pueden surgir por la obsolescencia de la Organización de las Naciones Unidas frente a los nuevos escenarios y equilibrios económicos y políticos mundiales, los cuales son regidos por nuevos agentes que demandan nuevas reglas e instituciones.

La incapacidad de la ONU para establecer y aplicar las necesarias reglas de juego y mecanismos de supervisión se ha evidenciado en Copenhague, al igual que ha quedado evidenciado, que la falta de reglas fomenta un modelo de desarrollo planetario donde predominan las economías con modelos de protección social y medioambiental minimizados. No es de extrañar en este escenario que las posturas europeas, fundamentadas con un mayor respeto a la persona y los intereses de la humanidad, se vayan alejando de las prioridades y resoluciones.

Desgraciadamente sabemos que es hora de actuar de forma más contundente para minimizar las emisiones de CO2, ya que estamos poniendo en serio peligro el desarrollo de las próximas generaciones por eso hay que redefinir tanto los procesos productivos, potenciando el binomio capacidad de innovación/productividad, disminuyendo el consumo, y la movilidad innecesaria, como las fuentes energéticas, sin olvidar la no emisión y seguridad de la energía nuclear. Ya que es un hecho que si bien los ciudadanos con buen nivel de vida, unos 800 millones de los habitantes del planeta, pueden progresar en el ahorro, no es menos cierto que los 6.000 millones restante no disponen de la energía básica para poder alcanzar una mínima calidad de vida, y la posibilidad de desarrollarse como persona y colectividad.

La falta de resultados y políticas reales es sin duda un reflejo de la situación de crisis en que estamos inmersos, pero también del nuevo orden mundial caracterizado por más incertidumbre, más dependencia del progreso científico y tecnológico, que reduce la necesidad de mano de obra, de la menor confianza en el poder regulador de los mercados libres a raíz de las empresas de alcance mundial, las dudas sobre la bondad de la globalización, y en definitiva, de la fragilidad del binomio mercado administración. Una fragilidad notoria cuando falta una sociedad civil fuerte, cohesionada y con capacidad de actuar como equilibrio de la terna virtuosa “administración empresa sociedad civil”

Una sociedad civil, que, como definimos en el marco fundacional del Cercle per al Coneixement, “… es aquella parte del ámbito privado la actividad de la cual no tiene ánimo lucrativo. Dicho de otro modo, la sociedad civil acaba donde empieza la Administración pública y dónde empieza el mercado (entendido como la actividad que se genera con finalidad lucrativa). Lo cierto es que los tres componentes (sociedad civil, administraciones y mercado) son factores esenciales de toda sociedad humana, sin los que una sociedad no puede desarrollarse. …”.

Sabemos que las problemáticas que afrontamos actualmente sobrepasan la capacidad de las Administraciones y de los mercados, por estos motivos es imprescindible una sociedad civil activa y estructurada, ya que sólo con ella, actuando como contrapoder, evitaremos los desequilibrios y el desánimo social, ya la vez se abrirán nuevas vías y actuaciones de futuro. La pregunta es hasta cuándo nos resignamos el curso de los hechos y a la comodidad de la inacción; hasta cuando los miedos evitarán que asumamos el compromiso. Un compromiso insoslayable, que estamos obligados a afrontar, ya que no tenemos que hacerlo para nosotros, lo debemos hacer por las generaciones que nos han de suceder.

Antoni Garrell i Guiu 
Barcelona 17 de gener de 2007

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