Hace unos días conocí que la cadena catalana de alimentación “Bon Preu” había tomado la iniciativa de reducir, de forma muy significativa, el uso de plástico. Lo está sustituyendo por papel o materiales reciclables. Un conjunto de medidas que les permitió disminuir el consumo de plástico en 38 toneladas al año pasado. Una cifra que, a buen seguro, puede crecer muy significativamente estos 2019.
Reducir primero y eliminar después el uso de plástico es imprescindible, dado que el plástico, ya usado, es uno de los primeros problemas que tiene la humanidad y causa daños enormes al medio ambiente. Su presencia en los océanos es notoria y es causa de la muerte cada año, según varios estudios, de más de un millón de aves marinas y unos 100.000 mamíferos y tortugas. Sin olvidar que los micro plásticos se han hecho ya presentes en la cadena trófica.
Ciertamente, desde hace décadas, los plásticos forman parte de nuestra vida. Se han convertido en un material usado en muchísimas aplicaciones aportando enormes beneficios. Ahora bien, los problemas surgen al finalizar su ‘vida útil’ y especialmente con el plástico de embalar y envasar, es decir de un solo uso. Si se considera el ciclo de vida entero del plástico, se comprueba que los beneficios aportados se desvanecen y los daños ocasionados al planeta, y a sus habitantes, son muy superiores. Es en este contexto, en el que se encuadra la directiva de la Comisión Europea que fijó en un promedio de 90 bolsas de plástico por persona al año y 40 bolsas para el 2025. Una cifra muy inferior a las 120 bolsas por persona al año que se utilizan actualmente en España. Ahora bien, siendo imprescindible eliminar las bolsas de plástico, no es suficiente. Hay también que hacerlo con los alvéolos, las bandejas y los envases de plástico. Es en este aspecto en el que hay que encuadrar la decisión de “Bon Preu” y que debería ser seguida por todas las empresas que utilizan intensivamente plásticos, en especial de un solo uso.
Disminuir el uso de plástico es un deber insoslayable y que ha convertido en un problema de alto riesgo, por no anticiparnos a las problemáticas asociadas a todos los avances técnicos y científicos, en el momento que irrumpen masivamente en la sociedad.
Pensar en la necesidad de corregir los problemas asociados a los residuos plásticos, -algo estrechamente ligado a la producción en cadena, a la globalización y el consumo masivo-, me llevó a pensar en lo que caracteriza la economía del conocimiento y la sociedad 4.0. Me refiero a la Inteligencia Artificial y la robótica.
No hay dudas que los problemas asociados al plástico podían haberse evitado si a priori hubieran sido considerados, al igual puede pasarnos con el uso intensivo de la IA, la cual tiene como objetivo primario hacer que las máquinas realicen procesos cognitivos tomando decisiones mejor que los humanos. Un objetivo que presenta evidentes desafíos éticos. Ahora bien, si hemos aprendido de los errores, estamos a tiempo de evitar los riesgos, es decir, es imprescindible impulsar su implantación, pero hay que hacerlo de forma que sea en beneficio de toda la humanidad, no sólo de unos pocos, y, a la vez, trabajar para ayudar a solucionar problemáticas que hoy parecen imposibles, por las limitaciones propias de los humanos.
La Inteligencia Artificial está integrada en nuestro día a día, a menudo lo hace sin que nos demos cuenta. Estamos rodeados de elementos que utilizan la inteligencia artificial, desde las aplicaciones del teléfono móvil, el correo electrónico, los traductores de voz y texto, y los buscadores como Google. Los elementos dotados de inteligencia artificial nos conocen más que nosotros mismos, y con su ayuda nos condicionan y a menudo deciden por nosotros. Pocos dudan de que la Inteligencia Artificial requiere de códigos éticos en cuanto al diseño, producción y uso de elementos que la incorporan. Desarrollar y aplicar códigos éticos se convierte en algo requerido para asegurar que, su intensiva presencia, no se convierta en un problema para la libertad de los humanos y evitar que la IA tome decisiones erróneas que puedan ser letales.
En la línea de anticiparnos, sin frenar el progreso ni adoptar actitudes cercanas al ludismo, hay que potenciar y estimular las iniciativas como las del Parlamento Europeo en cuanto a los principios de lo que se puede denominar “Roboética” o “moralidad artificial”, los cuales hacen referencia a proteger la dignidad humana, la privacidad y la libertad frente a los robots o los entes inmateriales dotados de inteligencia. A la vez, habrá que tener especial cuidado en evitar la brecha robótica y, también, en todos aquellos aspectos asociadas al transhumanismo y aquellos relativos a mejorar la habilidad cognitiva.
No hay ninguna duda de que un cambio profundo e impredecible esta llamando a nuestras puertas. Un cambio que afectará, en mayor o menor grado, a todas las sociedades y colectivos humanos.
La Inteligencia artificial aportará beneficios a la sociedad y a las actividades económicas, pero está acompañada de riesgos nuevos. Para posibilitar que permita mejorar la vida de todos, hay que combinar simbióticamente progreso y ética. Así pues es imprescindible exigir transparencia para verificar con criterios éticos la investigación y el desarrollo de la IA. Una tarea en la que los investigadores y los diseñadores tienen una responsabilidad enorme, ya que su trabajo debe estar regido por el rigor, el humanismo y la trazabilidad, identificando los riesgos para prevenirlos y evitarlos anticipadamente.
Antoni Garrell
Publicat a Viaempresa,cat el dia 3 d’abril de 2019 Progrés i ètica: Del plàstic a la I.A