dolar-euro-yen.jpg  Si alguna palabra caracteriza la primera quincena de agosto es desconfianza. Desconfianza en el futuro y en los líderes políticos por parte de los ciudadanos, desconfianza de los empresarios en los resultados de sus iniciativas, y desconfianza de los acreedores en que algunos países puedan pagar sus deudas. Sin duda, la confianza es uno de los bienes más preciados y más difícil de conseguir, mientras que la desconfianza surge y se instala con enorme facilidad, desterrarla de la esfera personal requiere grandes dosis de esfuerzo y convicción en las capacidades propias. Hacerla desaparecer de la esfera pública es aún más complejo, ya que se precisa  liderazgo ejercido por personas impregnadas de generosidad, entrega, pasión y con la mirada puesta en el futuro.

Son épocas que exigen grandes esfuerzos colectivos e individuales, y de políticas que estimulen por un igual el crecimiento y la reducción de los gastos, para ello se precisa eliminar lo obsoleto, mediante un proceso permanente de innovación, asumiendo el riesgo innato a la toma de decisión. Un esfuerzo colectivo que ha sobrepasado a las capacidades de cada país, como consecuencia de la moneda única, y que además exige un mayor protagonismo de la U.E., quien debería coordinar y dirigir las políticas económicas  y fiscales de los Estados miembros.

Sabiendo que sin crédito e inversión el cambio de modelo y la construcción de futuro es una misión titánica, los próximos días serán claves para afrontar la viabilidad del futuro colectivo, y del euro como instrumento de progreso. Los mercados, esos entes sin rostro que son capaces de convertir en insolvente cualquier organización solvente, los afrontan con escepticismo y desconfianza, como se evidencia que sólo la intervención del Banco Central Europeo permitió rebajar las primas de riesgo,  rentabilidad bono español del 6,04% al 4,99%. Una desconfianza fundamentada en las escasa capacidad de maniobra de las economías periféricas de la Unión, excesivamente endeudadas, para afrontar por un lado las reformas económicas y políticas requeridas y por otro disponer de recursos, los cuales permitan efectuar las inversiones precisas para fomentar la reactivación y el dinamismo económico.

Para eliminar incertidumbre, tejer confianza, es preciso avanzar en el establecimiento de las bases de una profunda actualización del modelo de toma de decisiones y de gobierno de la eurozona; para ello debe aceptarse las limitaciones francesas y alemanas en cuanto a su capacidad tractora, y los diversos países de la eurozona deben asumir el reto de las reformas requeridas para ajustarse a los nuevos paradigmas y restricciones, las cuales han dejado de ser coyunturales para convertirse en estructurales. La mayoría de los países, analizando su nivel de endeudamiento público y privado,  necesitarán mayores sacrificios y esfuerzos colectivos, y en otros, con altos índices de desempleo, como es el caso de España, es imprescindible facilitar la creación de empleo, ya que sólo generando riqueza y facilitando el emprendimiento podrán devolverse las deudas contraídas.

Invertir para generar riqueza y a la vez devolver las deudas, es el binomio a resolver. Un binomio complejo en las actuales circunstancias, tal como se evidencia con la variación de los índices de crecimiento, en los recortes sociales,  y en las fluctuaciones de las primas de riesgo. La situación es tan difícil que exige a Europa encontrar los recursos requeridos, garantizando su disponibilidad a largo plazo y desarrollar un programa de reformas coordinado y ambicioso que permita su aplicación y distribución a los diversos Estados de la Eurozona. Europa precisa, por qué no reconocerlo, salvando las distancias, un nuevo Plan Marshall, ya que el futuro no se alcanzará, ni será posible, sólo con restricciones y mayores sacrificios; se precisan nuevos recursos para recuperar la senda del crecimiento y enviar los mensajes tranquilizadores a los mercados.

Para responder a la pregunta de  si es  posible un Plan  Marshall II, deben darse respuestas a muchas preguntas del tipo: ¿Cuántos recursos realmente se precisan? ¿Quien debería, o puede, aportar los recursos financieros?, ¿Qué Estado o Estados disponen de los recursos y tienen la voluntad de entender que la crisis de la deuda europea es un reto a superar en beneficio propio?,  ¿Existen líderes europeos con credibilidad y liderazgo para asumir la batalla de la transformación económica, política y social de  la Unión Europea?. Un conjunto de cuestiones que deben considerar la imposibilidad de que ahora, a diferencia de 1947, sean los estadounidenses quien lideren la solución.

Europa debe ser capaz de aportar la solución por sí misma, y mirando a la vez hacia Asia, ya que no se debe ignorar  el papel de China en la economía mundial, la segunda economía mundial con aproximadamente un 12% del PIB mundial,  ni su voluntad de incrementar sus inversiones fuera de sus fronteras en sectores no financieros, en 2009 superaron los 30 mil millones de euros. También debe tomarse en consideración por un lado la gran cantidad de recursos que los Bancos chinos conceden a gobiernos y compañías de países en desarrollo, un volumen que según el periódico The Financial Times, refiriéndose al China Export Import Bank, y al China Development Bank  en 110 mil millones de dólares en 2009 y 2010, una cifra muy superior a la que presta el  Banco Mundial, el cual concedió  alrededor de 100 mil millones de dólares en el periodo comprendido entre junio 2008 y mitad 2010, y por otro que desde 2006  China y la U.E son de forma recíproca el principal socio comercial. Desde aquel año las cifras de negocio no han parado de crecer, en 2010 la Unión Europea siguió siendo el primer socio comercial de China con un volumen de intercambios de 371.000 millones de euros, una cifra que debe encuadrarse en el hecho de que China siguió siendo el mayor exportador mundial, con un superávit comercial, que ascendió de 141.900 millones de euros. Datos que evidencian la  necesidad, para el propio desarrollo de la industria China, que aportó en 2010 el 47% del PIB, de una Europa en crecimiento y con capacidad de importar los productos por ella manufacturados.

Quizás la falta de voluntad política y de liderazgo de la U.E., o los recelos en la cesión de competencias a Bruselas, y la falta de una política exterior comuna, impidan la toma de decisiones. Quizás el nivel de deterioro social aún no exige grandes y nuevas soluciones. Quizás no hayamos aprendido suficientemente de la historia. Pero a pesar de todos los quizás, y aceptando que el futuro puede ser el sueño que colectivamente queramos hacer realidad,  no deberíamos menospreciar  la capacidad de una Europa más fuerte con una política económica, fiscal y de proyección mundial única. Una nueva refundación de la Unión que es inaplazable, y que debería ser articulada mediante un nuevo gran proyecto Marshall II. Un proyecto que requiere el compromiso y la implicación de China, no en vano está llamada a ser la potencia de referencia mundial del siglo XXI.


Antoni Garrell i Guiu

15 de agosto de 2011

Escrit i publicat per sugerencia del periodista Ismael Garcia d’Ecomia Digital