salarios precarios

Esta semana, con el trasfondo de salarios que no permiten el progreso social, asistí a una sesión de trabajo sobre formación y puestos de trabajo, organizado en el marco de la escuela de formación profesional EFPA. Uno de los aspectos analizados fue la constatación de la baja productividad por el desajuste entre formación y requerimientos formativos del sistema productivo, y a su vez que, uno de cada 10 titulados universitarios, está en riesgo de pobreza. Dos aspectos que se solapan con el hecho de que a pesar de la recuperación económica (crecimiento alrededor del 3%) y el incremento del  empleo (más de medio millón de nuevos puestos de trabajo en 2015), muchos de ellos precarios, no se está reduciendo la pobreza ni la desigualdad, en gran parte por un salario mínimo muy bajo, el cual si se considera como un porcentaje respecto el salario medio da una cifra muy inferior al de la media europea. Un salario mínimo desajustado al coste de la vida, que condiciona la estructura salarial y que evidencia su incapacidad de aportar los recursos requeridos para afrontar el pago de las pensiones, como se evidenció esta misma semana al publicarse que el fondo de reserva de pensiones se situó en 24.207 millones de euros (lejos de los casi 66,8 mil millones que alcanzó en 2011) después que en julio se retirasen 9.700 millones para hacer frente a la paga extraordinaria y a la liquidación del IRPF.

 

Sin duda, ajustar el sistema de formación con estudios de acuerdo a las nuevas demandas profesionales y a su vez seguir transformando el sistema productivo, con la finalidad de fabricar productos de alto valor, son requisitos ineludibles. La pregunta es si las escuelas, institutos y universidades serán capaces de ajustarse a  la velocidad que precisa el sistema productivo y si esté, sus directivos y propietarios, tienen la capacidad y la voluntad de transformarse de acuerdo a los requisitos asociados a los nuevos paradigmas de la sociedad y a la industria 4.0  con fábricas que incorporan robots colaborativos, inteligentes, flexibles y adaptativos, para elaborar productos cada vez más personalizados. Un sistema productivo que debe pasar del concepto lineal de producir, usar y tirar al concepto circular de diseñar, fabricar, optimizar, usar, reusar y reciclar. Sistemas productivos, fábricas,  que deben ser polos de generación de valor económico, de innovación, de sostenibilidad y de generación de trabajo cualificado y estable.

 

Regresando a la reunión a la que hacía referencia al inicio, una vez constado que es preciso que el futuro exige apoyarse en el conocimiento de tal manera que este se convierta en el motor de desarrollo, la pregunta final que se abordo en el debate fue ¿cuál es el perfil de los trabajadores requeridos y que aspectos deben considerar toda formalización de nuevos estudios.? La respuesta a la cuestión, formalizada conjuntamente, identificó como aspectos clave que los trabajadores del futuro inmediato deben ser “persones con capacidad de tomar decisiones en un entorno cambiante no predefinido, comprometidas y proactivas en identificar mejoras en cómo hacer las cosas, y que sepan identificar e interiorizar las oportunidades y  reptes propios de la globalización, los avanzos tecnológicos, la inteligencia artificial, los modelos productivos en red. Personas que han entendido que el futuro se base en movilidad, digitalización e innovación permanente”.

 

Son requeridos nuevos perfiles profesionales ajustados a las nuevas exigencias y oportunidades de los mercados. Sin duda ello exige que cada persona deba esforzarse para adquirir las actitudes y aptitudes requeridas a los mismos. Un esfuerzo que debe tener su retorno y este, a mi entender, es el aspecto clave que habitualmente se minimiza u olvida, un retorno que exige salarios acordes al coste de la vida, que permitan autonomía, desarrollo personal y profesional y, a su vez,  generar ahorros para superar los imprevistos. Salarios que alejen la pobreza y permitan mirar el futuro con optimismo. Sin duda una asignatura pendiente es desterrar la desigualdad creciente y la pobreza, y a su vez posibilitar el progreso individual y colectivo y ello exige poner fin a una política salarial que esclaviza, desmoraliza, que excluye socialmente y es incapaz de generar progreso social.

 

Antoni Garrell i Guiu

23/7/2016